Por Tony Raful Héctor Dotel Matos, es un hombre entretejido por cardinales corrientes de la historia y la poesía. Su aditamento jurídico bajo la lumbre de las universidades europeas, le ha servido para concebir una profesión esencial en el ordenamiento social de nuestro pueblo, hoy a retahíla de mercados persas y de prosternación ética.
Él viene de la generación de los años 60, de aquella semilla de rebeldía frente al trujillato, y aquel viejo orden en descomposición, contra el cual luchó denodadamente la juventud dominicana para alcanzar una Patria libre y justa. Era esa visión decorosa del ser humano y sus clarinadas más hondas de compromiso con el ejercicio cálido de la utopía, del amor a sus raíces, de la adhesión a las banderas de redención y a los valores progresistas de un mundo que asomaba a sus ojos, como hoguera y luz de sociedades trascendentes en el amor al prójimo, en la vocación de servicio, e incluso en la infinita capacidad de amar del hombre, como dijo el escritor Alejo Carpentier, en su obra, “El Reino de este mundo”, “en medio de las peores plagas y miserias”.
¿Pero qué ha sido del hombre, dónde ha quedado su huella motora, su invención de paradigmas, en medio de una angustia colectiva? ¿Dónde están las ideas fecundas que alcanzaron dimensiones colosales en las fuerzas sociales, en las victorias sobre tiranos y sistemas obsoletos? ¿Dónde está el hombre, la raíz primigenia de su evolución material, social y económica, diluida en lo que Bauman llama “tiempo líquido”? La caricatura afrentosa de la historia, del amor, de la vida liquida, es un ejercicio supra temporal, sin gravitación ni permanencia social y humana, un culto al egoísmo en su más acendrada expresión. “Nada permanece tanto como el llanto”, decía el poeta Jacques Viau, compañero de Dotel y la generación literaria del 60, la que más alto cantó en las citas de la libertad y del amor. No entendimos entonces la permanencia del llanto, su traducción desgarrante en la frustración y en la impotencia ideológica de la historia, para restaurar el ascenso en espiral de un mundo donde la criatura humana alcanzase el reino de la igualdad y la justicia entre todos.
Ha llegado el momento del balance, de hacer una sumatoria de textos, de ir a la poesía, a su fuente escritural para evaluar el pensamiento de un tiempo humano, donde se articularon ideas y se forjaron sentimientos que perduran en medio del desencanto, de la mordida social que el sistema, hoy torbellino de invenciones y tecnología ha causado con sentido selectivo y lucrativo en una alienación colectiva que muestra los harapos de la condición humana…
Héctor Dotel viene de ese mundo de ideas que pretendió cambiar la vida, esa urdimbre fatal de codicia y ausencia de todo sentido de piedad y amor por los otros. Y viene cargado de versos. Lo dice todo en ellos, y lo hace con belleza literaria, con imágenes, con metáforas y con la estructura formal de la palabra alada. Lo dice con dolor pero no con odio, marcha en dirección sensible y ausculta tras los versos, el amor interrumpido, el amor insuficiente, la complejidad de los sentimientos humanos en el contexto de sus vivencias y realizaciones. Tomado de Listin Diario (13 de agosto 2019)
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