Por Graziella Pogolotti
Como se hiciera hace algo más de un año con las de Adelaida, la compañera de toda una vida, sus cenizas se esparcieron en el mar, cerca de la Casa de las Américas, donde dio forma, desde 1965, a una revista que fue conciencia viva de la América Latina toda. Cumpliendo con sus deseos, ahí estaban tan solo sus dos familias, las de sangre y la otra, la de sus amigos y colaboradores de la Casa de las Américas.
Adelaida de Juan y Roberto Fernández Retamar se vincularon, en calidad de asesores, desde los inicios de la Fundación Carpentier, cuando Lilian Esteban, la viuda del escritor, se mantenía al frente de la institución. Ante todo, hubo entre nosotros una amistad entrañable. Cuando los Carpentier vivían todavía en Caracas, el joven poeta, lector de El reino de este mundo, lo admiraba desde la distancia. Desde el regreso del narrador a La Habana, la extensa cultura, la cercanía en el pensar y el sentir, aceleró una intimidad creciente. Alejo vio crecer a las hijas de Roberto, nacidas en el 59 y el 61 respectivamente.
A la muerte de Carpentier, Retamar publicó una conmovedora crónica, evocadora de la tertulia que reunía en su casa a escritores, artistas, arquitectos, cineastas. Se comentaba la actividad o se hilvanaban sueños. Ricardo Porro hablaba de su batallar en la edificación de las siempre inconclusas escuelas nacionales de arte. Iván Espín proyectaba la fundación de la ONDI, oficina encargada de impulsar el diseña industrial. Saúl Yelín contaba sus contactos con los cineastas europeos.
El poeta y el novelista coincidían en su amplia formación humanística, en su entrega a la cultura de nuestra América, en su compromiso con la Revolución cubana, considerada por ambos, a pesar de la diferencia generacional, como la concreción de un sueño. Antes de morir, Roberto dejó preparada una selección de textos de Carpentier publicados como primicias. Esperamos su propia aparición. Durante las largas ausencias de Carpentier en funciones diplomáticas en París, existió entre ambos una intensa correspondencia. Su posible publicación algún día contribuirá, sin dudas, al mejor conocimiento de la cultura cubana.
No voy a caer en el manido lugar común. Pero, esta vez es una verdad irrebatible. La caída de Roberto Fernández Retamar, en plena madurez creadora, es una pérdida irreparable para la cultura latinoamericana.