Por Graziella Pogolotti
Con la sensación de haber padecido la última de las grandes contiendas, el 11 de noviembre de 1918 el pueblo de París se lanzaba a las calles para celebrar la caída del Káiser Guillermo. No sabían que a esa hora se estaba dando sepultura a otro Guillermo, el poeta de Alcoholes y Caligramas, uno de los protagonistas de la renovación promovida por la vanguardia.
En Suiza, los bolcheviques habían encontrado refugio cuando el movimiento Dadá empezaba a dar los primeros pasos. Allí también había encontrado refugio Romain Rolland, pacifista convencido, empecinado en permanecer au-dessus de la mêlée. En Montparnasse, La Coupole, Le Dôme y Les Deux Magots se convertían en los puntos cardinales de una bohemia que, siguiendo el desafío de Rimbaud, aspiraba a cambiar la vida a través del arte. Tanta efervescencia animaba el nacimiento del surrealismo que, desde su primer manifiesto, evocaba los nombres de Marx y Freud en un entorno donde podían sentarse alrededor de una mesa el ruso Ilyá Ehrenburg con los latinoamericanos que escapaban de la represión dominante en la mayor parte de sus países de origen, mientras se debatían entre distintas corrientes estéticas.
La euforia inicial no duró mucho tiempo. Comenzaban a asomar las señales del fascismo. Benito Mussolini emprendería su triunfal marcha sobre Roma. En la América Latina, la realidad mostraba rasgos aún más sombríos. Con su impávido perfil maya, Miguel Ángel Asturias había tenido que escapar de Guatemala. Leguía imponía el terror en el Perú. Juan Vicente Gómez lo hacía en Venezuela. Solo México ofrecía refugio y esperanza.
En Cuba, el panorama adquiría tintes cada vez más oscuros. Con fama de hombre honrado, valido de la Enmienda Platt, el presidente Tomás Estrada Palma había reclamado la presencia interventora de Magoon, introductor de la gran corruptela administrativa. Represor de los seguidores de Ivonet, al son de La Chambelona, José Miguel Gómez era reconocido como el tiburón que se baña, pero salpica. Mario García Menocal era recordado como el mayoral de Chaparra. Mientras, Alfredo Zayas dejaba manos libres a la corrupción denunciada públicamente por los intelectuales en la célebre protesta de los trece.
Con la consigna demagógica de “agua, caminos y escuelas” logró instalarse Gerardo Machado en la silla presidencial. Muy pronto se revelaron sus verdaderas intenciones. En marzo de 1927, obtuvo la aprobación de la prórroga de poderes, detonante que aceleró en distintos sectores de la sociedad la creciente oposición al régimen. Antes, paso a paso, había ido derogando las medidas conducentes a la transformación de la Universidad orientadas por Julio Antonio Mella e inspiradas en el movimiento iniciado en Córdoba en 1918. Los estudiantes se rebelaron. En acto de protesta, acudieron a la casa del venerable maestro Enrique José Varona. El hogar del insigne patriota, colaborador de José Martí en Patria, fue allanado. Bajo distintas formas, la lucha antimachadista se había desencadenado. Se manifestó en la prensa, en los enfrentamientos callejeros, en la creación de organizaciones clandestinas. La violencia represiva no reconoció límites. Incluyó la prisión, la tortura, el asesinato, la entrega de seres vivos a las fauces de los tiburones.
(Continuará)
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