Por Graziella Pogolotti
Letra y Solfa se titulará la columna que Carpentier mantuvo en El Nacional de Caracas desde 1951 hasta 1959. Música y literatura fueron las vocaciones que lo acompañaron a lo largo de su vida. Todo indica que el padre le abrió las puertas hacia esos ámbitos de la creación artística. El niño solitario, aislado por el asma, devoraba libros. Pasó por las fábulas, por Verne y Salgari. Sus lecturas sobrepasaron pronto los límites correspondientes al universo de la infancia. Autodidacta, se acercó a los textos de los autores clásicos consagrados.
Cuando llegó el momento del desamparo y la miseria, encontró un espacio en La Discusión, para publicar reseñas de libros, rescatadas en 2017 en el volumen Lecturas de Juventud de la Casa Editora Abril. Por vía de sustitución, recibió el encargo de atender la página de espectáculos.
Había entrado en el campo del periodismo. Las redacciones de los periódicos de la era pre-digital poseían un encanto especial. Mientras algunos tecleaban veloces con el empleo de uno o dos dedos, los visitantes casuales improvisaban tertulias, intercambiaban informaciones de toda índole y, en las fronteras de la bohemia, anudaban amistades. Cuando la ciudad dormía, se reunían en grupos para recobrar fuerzas con el típico café con leche habanero. Por ese motivo, el café Martí, situado en el entorno de los teatros, merece ocupar un lugar importante en la historia de la cultura cubana.
En esa atmósfera se produjo el encuentro de Carpentier con su generación, entonces emergente, animada por la voluntad de cambiar la vida en la sociedad, en la política, en la cultura, de hacerse visible en la prensa, en las revistas, de estrechar el diálogo con la América Latina toda, de tomar partido a favor de lo nuevo. Las exposiciones que definieron el cambio de época se llamaron “de arte nuevo”. En todos los terrenos, instauraron el concepto de vanguardia. Algunos intentaron modificar la ortografía. Atuei fue una de las numerosas publicaciones efímeras. La más estable y abarcadora se conoció como Revista de Avance. L’Esprit Nouveau pasaba de mano en mano. Quienes disponían de fortuna, como Carlos Manuel Loynaz, mandaban a buscar a Francia las partituras de las obras más renovadoras.
La cultura no podía eludir el debate político. La Revista de Avance se despidió de sus lectores el 30 de septiembre de 1930, día de la caída de Rafael Trejo, asesinado por la dictadura de Machado. En un espectro ideológico diverso prevalecía un denominador común antiimperialista, de reivindicación de la soberanía nacional mutilada, de lucha contra las dictaduras, contra la corrupción imperante, de reclamo de una mayor justicia social.
Correspondió asimismo a esa generación iniciar el estudio sistemático de los textos de José Martí y promover la difusión de sus obras. Las miradas observaban con atención los procesos desencadenados por la Revolución Mexicana y por la Revolución de Octubre. Lo hacían desde el meridiano de América. Desde las tertulias del café Martí, pasando por la protesta de los trece contra la corrupción auspiciada por el presidente Alfredo Zayas, hasta la redacción del Manifiesto del Grupo Minorista, Rubén Martínez Villena se había convertido en guía espiritual de su generación.
En el brevísimo lapso de cinco años, el tímido y solitario Alejo Carpentier había devenido animador reconocido del movimiento renovador. Aparece como miembro del consejo de redacción de la Revista de Avance.
(Continuará)
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