Por Graziella Pogolotti
La publicación de “Oficio de tinieblas” se produce en el año en que Carpentier regresa de una visita a México con el encargo de escribir una historia de la música en Cuba por parte del Fondo de Cultura Económica. El nombre modesto de la célebre casa editorial del vecino país, con sostenido carácter paraestatal, respondía a un proyecto latinoamericanista de significativo alcance cultural. Con una eficaz red de distribución a través de todo el Continente, puso en manos de los lectores, mediante sus diversas colecciones, libros que difundieron la literatura mexicana emergente, obras de carácter antropológico con trabajos de campo sobre las tradiciones indígenas, traducciones de lo más avanzado de las ciencias sociales y estudios sobre aspectos poco abordados de la historia de nuestros países. Bajo el título de Tierra Firme, esta colección se extendería, con el título de Carpentier, al territorio insular del Caribe.
Todo indica que la propuesta mexicana se avenía con un proyecto que Carpentier había ido madurando a partir de su contribución al desarrollo de la vida musical de la Isla. En este caso, tendría que atenerse a las reglas impuestas por el diseño de la colección, entre ellas, el número restringido de páginas. Conocedor profundo de la vertiente popular por su relación directa con algunos de sus protagonistas a quienes dedicó profusión de artículos, nunca renunció a seguir la pista a la evolución de esta modalidad desde su primerísima juventud, en los cabarets parisinos más tarde, en su valoración de los elementos innovadores del mambo, en su defensa del feeling en medio de la polémica desatada en torno a la contaminación extranjerizante del género en los sesenta del pasado siglo.
Al abordar el estudio de la música en Cuba, Carpentier estaba todavía muy lejos de haber formulado su teoría de los contextos. Sin embargo, el enfoque tenía en cuenta la interdependencia de una pluralidad de factores. Intentaba ofrecer respuesta a una interrogante fundamental acerca del temprano desarrollo de la manifestación y su rápida difusión internacional desde que la habanera repercutiera más allá de los límites de Cuba. Las circunstancias determinantes de este proceso obedecían a la posición geográfica de nuestro país, situado en el cruce de caminos entre Europa y América, así como su vínculo con un horizonte caribeño que incluía a Haití y a la Luisiana todas implicadas en el proceso de lo que Fernando Ortiz definiría como transculturación.
Para emprender tamaña empresa, Carpentier disponía de escasas fuentes bibliográficas. Tenía que acudir a la consulta de documentos originales, a informaciones recogidas en las efímeras revistas del siglo xix, a materiales conservados por coleccionistas, a partituras resguardadas en iglesias, desprovistas de registros elementales o arrumbadas en algún armario. Así, en Santiago de Cuba, encontró las primeras huellas de Esteban Salas.
La investigación condujo a Carpentier al descubrimiento de datos desconocidos. Se adelantó a su tiempo en la visión integradora de la música al proceso de desarrollo de la cultura, al modo de circulación a través del teatro, tanto de la ópera como del vernáculo, con la consiguiente formación de un público. Su obra precursora anuncia las tendencias más recientes de la musicología, desasidas del apego a los tecnicismos para acercarse a una perspectiva sociológica en un mundo cada vez más influido por el dominio avasallante del mercado. A la vez, siguió el rastro de la progresiva cristalización del nacionalismo musical.
Nacida de la apropiación reflexiva de sus vivencias personales y del temático estudio en archivos y bibliotecas, la construcción de la narrativa implícita en su recorrido histórico de la música cierra una etapa de aprendizaje de la asignatura Cuba.
(Continuará)
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