Por Graziella Pogolotti
Carpentier permaneció en Cuba por algo más de un lustro. En esa corta etapa se produjeron acontecimientos decisivos. A pesar del trabajo abrumador, se bifurcaron los senderos de la creación artística. Por uno de ellos, se encaminaría el rumbo definitivo de su obra. El encargo de escribir una historia de la música completó el aprendizaje de la asignatura Cuba. El viaje a Haití constituyó una experiencia determinante para modificar la mirada sobre la realidad caribeña y latinoamericana.
Al llegar a Cuba, empezó a redactar un extenso material narrativo nunca concluido que siguió arrastrando aún después de su instalación en Caracas. “El clan disperso” contenía obvias referencias autobiográficas infrecuentes en el escritor. El título aludía al grupo minorista, de peso tan significativo en su formación intelectual. Era un homenaje, a veces irónico, motivado quizás por la desilusión del reencuentro. La narración en primera persona evoca el encierro forzoso de un niño asmático. Vive en una casona colonial con su familia venida a menos, hundida en la ruina por la incuria de un padre derrochador e irresponsable. En el teatro, sucumbe a la revelación de Parsifal. Llevado por la pobreza a un vecindario más modesto, el azar le ofrece la amistad de un coetáneo pintor. Por esa vía se integra a un clan, conoce la bohemia, el ambiente afrocubano, el cine expresionista alemán y los intentos fracasados de intervenir en la acción política. En la dispersión primera, uno de los personajes se interna en el Orinoco.
En verdad, de vuelta a Cuba, Carpentier debió sentir cierta desilusión al observar el desplome de las promesas que el minorismo anunciaba. Solo los pintores proseguían empecinadamente su obra. Fallecidos tempranamente, Roldán y Caturla, aplastado este último por la lucha por la subsistencia y víctima de un asesinato absurdo, no desarrollaron plenamente sus proyectos de renovación musical. Jorge Mañach, uno de los prosistas más brillantes de su generación, entregó sus energías al periodismo y a la política. En el lado opuesto del espectro político, Juan Marinello se consagró a la causa comunista. Precursor en muchos terrenos, el poeta José Z. Tallet se encerró en el silencio. Solo unos años más tarde, por iniciativa de Raúl Roa, publicaría una recopilación de versos con título significativo: La semilla estéril.
Publicado en la Revista Orígenes en 1944, “Oficio de tinieblas” aparece como la célula matriz del gran salto hacia delante de Carpentier, orientado definitivamente a la elaboración de su obra mayor. Situado en fecha no determinada del Santiago colonial, la acción eslabona los pasos que parecen anunciar la muerte de una ciudad acaecida por razones misteriosas, al modo de una némesis trágica. Las paredes se cubren de moho, los muros de resquebrajan. Se desencadena un terremoto. Luego se abate una epidemia de cólera. En contrapunto, comienza a escucharse una copla popular, al cabo vencedora de la muerte. El referente local se distancia del mero descriptivismo. Cobra sentido al inscribirse, con rasgos propios, en la proyección trascendentalista que ha animado la gran literatura. Poco después, en forma de plaquette, dará a conocer Viaje a la semilla”, inversión del decursar del tiempo de la ida, desde la muerte hasta el regreso al vientre materno.
Disperso el clan, desaparecida la Revista de Avance, Carpentier ha establecido contacto con el grupo que, convocado por José Lezama Lima, ha fundado la Revista Orígenes. Como sucediera con los músicos, alineados alrededor de Ardévol, se ha producido un acercamiento con la generación siguiente. La amistad y el intercambio de ideas se afianzarán a lo largo de los años. Lilia y Alejo serán los testigos de la boda de Lezama. Con Cintio Vitier y Fina García Marruz, Alejo compartirá la velada que precedió a su muerte.
La singularidad del enlace intergeneracional sorprende al recordar que el fermento inicial de los futuros origenistas se caracterizó por su crítica acerba a la promoción vanguardista por el estancamiento de algunos de sus fundadores y el abandono de la entrega primordial al sacerdocio de la escritura. El crítico Guy Pérez Cisneros, asociado a Lezama en la precursora revista Verbum, fue el más radical en este sentido, aunque rectificó más tarde al proponer un concepto integrador de la denominada por él Escuela de La Habana. En el ámbito de la literatura la fractura se mantuvo y se manifestó en polémicas que enfrentaron a Lezama y a Virgilio Piñera con Jorge Mañach, Para los origenistas y para Carpentier, el clan se había disuelto de manera irremediable.
(Continuará)
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