Por Graziella Pogolotti
Aunque afirmara alguna vez lo contrario, para Carpentier el decenio transcurrido en París fue de intenso laboreo, de aprendizaje, de acercamiento progresivo a una madurez y a la decantación de una extensísima cultura. Situado en el centro de Europa, tenía al alcance de la mano las tendencias renovadoras en la literatura, el teatro, el cine, las artes visuales y la música. El movimiento de las ideas desbordaba lo referente a la creación artístico-literaria para abarcar los debates de la época en torno a la política, la antropología y la filosofía. Hubo una interrelación estrecha entre el modo de ganar el sustento para sí y para su madre y la incorporación de esos saberes.
Nunca abandonó la música. Al principio, se preocupó por introducir en las salas de conciertos las obras de sus amigos cubanos Caturla y Roldán. Esbozó proyectos de ballets. Conoció de cerca los trabajos de Satie, Poulenc, Honegger y Milhaud y estableció un vínculo creador con Edgar Varèse. Su análisis de los criterios que presidieron su musicalización en la puesta en escena de la Numancia de Cervantes, dirigida por el entonces muy joven Jean-Louis Barrault en ocasión de la guerra de España, revela su dominio de la historia de la música desde los tiempos más remotos y su clara noción del papel de esta manifestación en tanto partícipe en la producción de sentido de un espectáculo. Al mismo tiempo, esta experiencia lo conducirá a conocer a fondo, desde la entraña misma del proceso de montaje, las nociones más avanzadas del lenguaje teatral en plena transformación.
Su tarea periodística sistemática, destinada a las revistas cubanas Carteles y Social, constituyó un modo de aliviar apremios económicos. No por ello descuidó su función didáctica de informar, con perspectiva crítica acerca de los últimos acontecimientos ocurridos en Europa y remover los remanentes de cierto aldeanismo dominante todavía en el ambiente habanero. Para un público provinciano, inclinado a desdeñar lo propio, da a conocer el trabajo de los artistas plásticos residentes en París y, sobre todo, irrumpe contra la pacatería de muchos al destacar el éxito de la música popular cubana en Europa, hasta el punto de desplazar el predominio del tango y situarse a la altura del jazz. Buena parte de estas crónicas han sido recogidas en el volumen De la lira y el bongó, pero queda pendiente un estudio minucioso de la obra periodística de Carpentier en esta etapa, revelador de su habilidad en el ejerció de este género literario y del amplísimo espectro de los temas abordados.
Así mismo, se impone abordar su labor innovadora y experimental en el terreno de la radio, invento de reciente aparición, que empezaba a dar sus primeros pasos. Otra vez junto a Robert Desnos, Carpentier se involucró en las posibilidades de orientar este medio de comunicación imprimiéndole un vuelo creador a través del contrapunteo entre palabra y sonido para incitar el desarrollo de la imaginación en el oyente distante y desconocido. Algo comentó el escritor acerca de su colaboración con Paul Claudel con el propósito de poner en el aire el Cristóbal Colón de este escritor. Algunos guiones se conservan en la Fundación Alejo Carpentier y otros han sido preservados por la Biblioteca Nacional de París. Lamentablemente, este anuncio prometedor fue devorado por el comercialismo y sucumbió con el empleo rutinario de fórmulas. Para Carpentier, el oficio adquirido le permitiría, años más tarde, asegurarse en Caracas de un medio de vida que le brindó la posibilidad de resguardar el tiempo suficiente para la realización de su obra narrativa.
(Continuará)
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