Por Graziella Pogolotti
Algún día habrá que emprender la biografía de Carpentier. El escritor cubano no se aventuró en el Kilimanjaro. Tampoco combatió en guerras, ni persiguió submarinos alemanes. El estudio de su vida impone un complejo trabajo intelectual que, pasada la época en que Roland Barthes proclamaba la muerte del autor, requiere un abordaje interdisciplinario a partir del análisis de los procesos históricos y de los debates intelectuales que modelaron el desarrollo de un siglo XX de extrema densidad en el suceder de los acontecimientos bélicos y de las transformaciones políticas y estéticas en el allá de Europa y en el acá de nuestra América Latina. Con los datos disponibles, para incentivar las búsquedas de futuros investigadores, me atrevo a intentar un breve relato.
Había nacido el 26 de diciembre de 1904, día de San Esteban, en Lausana, Suiza, donde se conocieron sus padres, la rusa Ekaterina Blagoobrazova y el arquitecto francés Georges Carpentier, casados tres años más tarde en Bruselas. De allí saldrían hacia Cuba, país que ofrecía muchas oportunidades a quienes deseaban encaminar nueva vida en un mundo también nuevo. La Isla acababa de obtener la independencia de España. El conflicto armado y la reconcentración forzosa decretada por el capitán general de la Isla, Valeriano Weyler, determinaron un alto costo material y un dramático descenso demográfico. De ahí surgió una política de puertas abiertas, favorable a la inmigración europea con el propósito de contribuir al blanqueo de la sociedad. Así lo afirmaba mi abuelo, llegado con la intervención norteamericana, en carta dirigida a su familia piamontesa. Subrayaba en ella que, en un país nuevo, todo estaba por hacer, sobre todo en el ámbito del desarrollo urbano. En efecto, según la información disponible, el arquitecto Carpentier trabajó en el estudio de arquitectos, ingenieros y contratistas de obras K. Bastien, situado en el Paseo de Martí Nº 89/91. Según afirmaciones del narrador cubano, su padre participó en la construcción de la instalación industrial de Tallapiedra, en las obras de Country Club y en la edificación de la Villa Miramar, actual Restaurante 1830, datos que, hasta ahora, no han podido ser confirmados.
Los altos precios del azúcar durante la Primera Guerra Mundial propiciaron la llamada “danza de los millones”. Los colonos y hacendados invirtieron las utilidades en la edificación de viviendas, palacios y palacetes que impulsaron una expansión sin precedentes de La Habana y contribuyeron a dotar la capital de su actual configuración urbana.
Al auge momentáneo siguió un rápido derrumbe causante de la ruina de muchos y la quiebra de numerosos bancos. En 1922, cuando la crisis económica se abatía sobre el país, el arquitecto Carpentier abandonó el país. Dejó a su mujer y a su hijo en el más absoluto desamparo. De un vivir acomodado, pasaron a la miseria extrema. Al parecer, nunca más se supo de él. Noticias dispersas indican que viajó a la América Central y algo más tarde, a Colombia. Recientemente restaurado, el teatro de la ciudad colombiana de Bucaramanga, reconoce en una placa la autoría del padre del escritor.
(Continuará)
Si desea ver todos los artículos de “Los Misterios de Carpentier” de clic aquí