El idioma castellano representa uno de los edificios comunicacionales más hermosos del mundo. Constituye un legado dialógico magno, que realmente impresiona y deslumbra.El idioma castellano representa uno de los edificios comunicacionales más hermosos del mundo. Constituye un legado dialógico magno, que realmente impresiona y deslumbra debido a su majestuosidad, linaje, alcance y posibilidades de uso.
Resulta de veras atroz el saldo que ha supuesto la irrupción de las redes sociales para su correcta difusión (entrar, por ejemplo, y es uno entre tantísimos, a un sitio tan ecléctico y singular como Revolico, es acceder a un limbo de clasificados mal escritos); pero no solo la rapidez o el descuido o la mala ortografía al escribir en las nuevas plataformas de interacción digital es cuanto lo lastima, sino además su empleo erróneo en diversos escenarios, a causa de facilismo, ignorancia o confusión.
Todo ocurre en su momento, por ello es mejor que Alejo Carpentier haya vivido en el suyo, y no ahora, porque dicho cubano, quien fuese capaz de utilizar como nadie el castellano en nuestra Isla, no podría comprender la jerga actual de algunas reuniones, reportes televisivos o entrevistas a fuentes que destrozan en par de oraciones cuánto ha costado siglos construir.
Resulta doloroso que en el país que más ha hecho en la historia de América Latina por instruir a su pueblo se hable de forma tan apresurada, poco cavilada e irresponsable en ocasiones. No obstante, pese a sus dislates todavía el español de Cuba continúa siendo uno de los menos dañados de la región, cual resultado justamente de esas herramientas formativas transmitidas merced a una política estatal mantenida en el tiempo. Existen capitales latinoamericanas donde casi es imposible entenderse entre nacionales y extranjeros, aunque compartan la misma lengua.
Durante las entrevistas televisivas cubanas los interpelados suelen equivocarse con el significado de “dar al traste”. El 95 por ciento de los inquiridos considera que quiere decir “dar la posibilidad de” o “propiciar algo en términos positivos”. Si el primer periodista, o sobre todo el primer editor, hubiesen corregido el error, no se hubiese extendido tanto como hoy. Mas no sucedió, y así “dar al traste” sigue entendiéndose, según las fuentes entrevistadas en la televisión nacional, como lo contrario de cuanto significa en realidad: “destruir, echar a perder, fracasar, malbaratar, malograrse” algo.
Otra confusión bastante amplificada es la de entender “amén de” por “al margen de”. No, en verdad significa “además de”. La Real Academia Española (RAE), adonde siempre debemos acudir quienes hablemos el castellano, pone un ejemplo clásico: “Amén de lista, era simpática”.
No se dice “hábida cuenta”, cual si fuese palabra esdrújula. Es “habida cuenta de” o “habida cuenta de que” (nunca funciona sola, sin el de o el que o ambos). La RAE esclarece: “Va siempre seguida de un complemento precedido de la preposición de y significa ‘teniendo en cuenta lo expresado por el complemento’”. Para luego ejemplificar mediante la siguiente construcción del cubano Guillermo Cabrera Infante: “No sé cómo supe que era japonés y no chino, habida cuenta de que la proporción entre chinos y japoneses en La Habana era abrumadora en favor de los primeros”.
No se dice “el municipio Rodas, de la provincia Cienfuegos”; sino “el municipio de Rodas, de la provincia de Cienfuegos”, siempre con la preposición de antes.
No se inicia una intervención en foro público alguno a través de un infinitivo: “Informar que…”. No, en cambio este sería un modo correcto: “Durante la jornada de hoy informaremos sobre…”.
Otros comentarios de prensa previos, cubanos, han referido que no existe el verbo “aperturar”. De hecho, ese vocablo, tan común en los corrillos directivos, sí existe, de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, actualización de 2022; aunque más bien referido a abrir algo, como principalmente una cuenta bancaria. Resultaría más prudente emplear “inaugurar” o “dar apertura”, si el propósito del hablante consistiese en ello, por supuesto, cual es común.
No sé si en el incomprensible ánimo de congraciarse con el idioma inglés —en el cual sí es válido—, resulta en extremo común leer en espacios públicos nacionales, incluso medios digitales e impresos, los títulos de volúmenes literarios o filmes con el inicio de todas las palabras en mayúscula: El Amor en los Tiempos del Cólera, La Camarera del Titanic. No, como resulta correcto es de este modo: El amor en los tiempos del cólera y La camarera del Titanic. Cual nos recuerda la Ortografía de la lengua española: “Los títulos de obras de creación, ya sean libros, películas, cuadros, piezas musicales, programas radiofónicos o televisivos…, se escriben en cursiva y en minúscula, salvo la inicial de la primera palabra y los nombres propios si incluyen alguno”.
Siempre según la RAE, a la cual podrán tildar sin mucho caso de inerte, machista, poco inclusiva o cuanto fuere, pero sigue siendo la RAE y como tal patrón de referencia de nuestro idioma, el uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, “los alumnos” es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones. No hay que decir “alumnos y alumnas”, como tampoco “niños y niñas”.
La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: “El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad”.
Lo demás, apunta, es un desdoblamiento artificioso e innecesario desde el punto de vista lingüístico.
Tomado de 5 de septiembre