Por Graziella Pogolotti
En 1949 apareció El reino de este mundo. Rechazada por todos los editores, la novela tuvo que publicarse a cuenta del autor. El texto, en franca ruptura con la tradición narrativa latinoamericana, no fue comprendido por los lectores especializados. Renovaba la novela histórica y sus alcances eran aún mayores. En Carpentier había cristalizado un largo proceso de vivencias, estudio y reflexión. Algo intuía el escritor cuando, al poner en circulación ¡Écue-Yamba-Ó! escribía a su madre, dudoso del éxito de una obra situada en las fronteras del relato de acontecimientos y el ensayo. Esa ambigüedad perduró a lo largo de su trayectoria literaria como lo evidencian los títulos de obras que marcaron pautas. El reino de este mundo, Los pasos perdidos, El acoso, El siglo de las luces, Concierto barroco, El recurso del método, El arpa y la sombra, La consagración de la primavera. En todos ellos, la anécdota contada se sustenta en una cosmovisión.
Asumiendo el riesgo de cometer una herejía, nunca he prestado mucha atención a la teoría de lo real maravilloso que encabeza, a modo de prólogo, las ediciones en lengua española de El reino de este mundo. A mi entender, el brevísimo ensayo se vincula a un contexto polémico latinoamericano. Es un llamado de alerta acerca de las tentadoras tendencias miméticas y eurocéntricas a reinventar hechos sucedidos tiempo atrás en otras circunstancias históricas. Del surrealismo, Carpentier derivó que lo sustantivo se encontraba en descubrir lo insólito desde una mirada construida en una tradición cultural concreta. En una crónica sobre el mercado de las pulgas, mitificado por los surrealistas, su visión se detiene en las maracas entremezcladas con objetos de origen y naturaleza diversa. Es el antecedente lejano del ángel de las maracas que aparecerá en Los pasos perdidos.
La clave de toda creación literaria que trasciende su tiempo y su entorno inmediato se reconoce en la pertinencia de las interrogantes planteadas por el autor, célula originaria reformulada una y otra vez, nutrida con el estudio, la indagación, las vivencias personales y el diálogo permanente con la página en blanco, Al reseñar, cumplidos apenas los 18 años, la obra Batuala, premio Goncourt de 1921, el crítico dejaba caer, de soslayo, su inquietud sobre el papel de los mitos en distintos ámbitos históricos. Fue quizás una precoz iluminación de un interés que nunca lo abandonaría. Se acrecentó al internarse en el mundo afrocubano. Adquirió dimensión filosófica en su contacto con el surrealismo. Encontró cauce definitivo a partir de su experiencia haitiana. A pesar de la precisión de los datos biográficos que lo definen, en el drama de Ti Noel puede reconocerse algo de cada uno de nosotros, portadores todos de una cultura específica, hecha de referencias míticas e inscrita en el devenir de la historia en la que somos participantes activos y que, sin embargo, nos sobrepasa. En el ancho reino de este mundo tenemos que tomar la medida de qué somos y, en última instancia, descubrir nuestra razón de ser.
Suele decirse que nadie es profeta en su tierra. El alcance de la obra de Carpentier no se comprendió en América Latina y, mucho menos, en Cuba. Le hizo llegar a Gallimard, sello editorial que, por aquel entonces, consagraba a los escritores franceses y a los de otros países que configuraron el panorama literario del siglo XX. La publicación tuvo un éxito inmediato. Fue reseñada por órganos de la prensa de mayor circulación. Carpentier estaba entrando en el universo de las letras por la puerta grande. Con él, empezaría a abrirse paso, en el amanecer de los sesenta, la nueva narrativa latinoamericana.
(Continuará)
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