Los misterios de Carpentier. Apuntes biográficos 16

 Por Graziella Pogolotti

La temprana integración de Carpentier al Grupo Minorista contribuyó a ampliar su visión de la cultura. Introdujo al adolescente, crecido en el aislamiento de la periferia urbana de Loma de Tierra, en los avatares de la vida política. Sufrió cárcel  y conoció en carne propia la opresión del machadato. El viaje a México, donde se vivía la efervescencia producida por la revolución de 1910, de amplia repercusión en el Continente, extendió su horizonte político y social.

En París mantuvo contacto con la heterogénea emigración cubana formada en parte por exiliados coincidentes en su plataforma de enfrentamiento a la tiranía, aunque no constituyeran grupos de activistas organizados. De todos modos, como afirmaría luego Sofía en El siglo de las luces, había que hacer algo. En esas circunstancias pudo tener un breve contacto con el ABC por vía de Conchita Freyre de Andrade, residente en Francia después del atroz asesinato de sus tíos. Esa relación efímera, sin antecedentes previos ni consecuencias posteriores, fue el modo de llevar a cabo acciones prácticas al alcance de los intelectuales residentes en la capital gala. Se trataba sobre todo de propagar información a través de los medios de prensa, y movilizar la opinión pública contra la dictadura cubana, teniendo en cuenta que poco se sabía en Europa acerca de la isla distante.

 Cosmopolita, situada en el cruce de caminos ente Europa y América, lugar de refugio para judíos y para otros perseguidos de Alemania e Italia, París ofrecía un promontorio privilegiado para observar el desarrollo de los acontecimientos a escala planetaria. El asesinato de Federico García Lorca estremeció a la comunidad intelectual internacional. La sacudida tendría un alcance mayor con el bombardeo de Guernica, ciudad abierta donde caían bajo las bombas hombres y mujeres pacíficos que hacían sus compras en el mercado. Los pensadores más lúcidos comprendían que la guerra de España era el preludio de una conflagración que desbordaría las fronteras de la península.

 Permanecer al margen era un modo de constituirse en cómplice de un crimen que amenazaba a la humanidad. Junto a Juan Marinello, Nicolás Guillén, Félix Pita Rodríguez y Leonardo Fernández Sánchez, Alejo Carpentier formó parte de la delegación cubana que concurrió al segundo congreso de intelectuales solidarios con España que tuvo lugar en Valencia y Madrid en 1937. El impacto de la España inerme ante los bombardeos de la aviación italiana y alemana, de la destrucción de valiosas obras patrimoniales, de la orfandad de los niños, del Madrid combatiente en los límites de la Ciudad Universitaria, dejó huella profunda en el escritor. Así lo revelan las páginas de La consagración de la primavera, escrita cuando estaba a punto de despedirse de la vida.

De inmediato, otra vez, había que hacer algo. España bajo las bombas recoge colaboraciones periodísticas que entremezclan la crónica con el reportaje, concebidas para sacudir la conciencia de los lectores, trocando, a la vez, los registros de la razón y de los sentimientos. De regreso a París, mantuvo contacto activo con los españoles y procuró apoyo solidario para la causa entre sus amigos. Una carta a Mandiargues conservada en la Fundación Alejo Carpentier ofrece testimonio de ese empeño. Había adquirido el oficio de grabar. Dejó registro imperecedero de la voz de Miguel Hernández leyendo sus poemas.

 Es probable  que la derrota de España sembrara en Carpentier la convicción de que su temporada en Europa estaba a punto de terminar.

 (Continuará)

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