En los 60 de El siglo de las luces

Por: Graziella Pogolotti

Con el paso de los años, la obra de Alejo Carpentier no ha perdido vigencia. Difundida fundamentalmente en Europa occidental y en la América Latina, se expande ahora a zonas de la geografía del planeta antaño inexploradas. Ha entrado en el mundo árabe, en China, en Japón o en Corea del Sur. Una poderosísima transnacional prepara nuevas traducciones de Los pasos perdidos y El siglo de las luces. Con el derrumbe del campo socialista europeo, ese mercado desapareció abruptamente, pero se están produciendo señales de una lenta recuperación en países como Polonia, Letonia o Rumania.

Por esas razones y por el valor intrínseco de la obra, la conmemoración del sexagésimo aniversario de El siglo de las luces debe asumirse como un auténtico acontecimiento. La continuidad de su resonancia en generaciones sucesivas de lectores, su manera de trascender a través del tiempo al ofrecer al ciudadano del siglo XXI el potencial latente de lecturas e interpretaciones, atemperadas a interrogantes básicas planteadas en los días que corren, le confieren la categoría correspondiente a un clásico de las letras.

El percance sufrido por el avión en que viajaba de Caracas a París, impuso al escritor la permanencia en Guadalupe durante unos días de espera. Allí, el azar propiciaría el descubrimiento de un personaje que daría un vuelco definitivo a una novela que ya tenía en proceso de escritura. Víctor Hugues resultó ser un actor secundario en el proceso desencadenado por la Revolución francesa, que prosiguió con el auge y caída de los jacobinos y el giro que condujo a la instauración del imperio por Napoleón. Enviado a América, buena parte de su acción se desarrolló en este lado del Atlántico, específicamente en el Caribe, desde Guadalupe hasta Cayena.

Carpentier había encontrado un material precioso para proyectar hacia un horizonte más amplio la transformación sustancial de la novela histórica, iniciada por él con El reino de este mundo. Su relato arranca con los aldabonazos que estremecen la casa de La Habana colonial donde, después de la muerte del padre, en vísperas del despertar a la vida, permanecen recluidos Carlos y Sofía, junto a Esteban, primo de ambos, deslumbrados todos por las innovaciones de la ciencia y la técnica impulsadas por el siglo de las luces. Esteban seguirá a Víctor desde Haití, en plena insurrección anticolonial y antiesclavista, hasta París en plena ebullición revolucionaria, antes de volver a América, y estará a su lado para asistir en Cayena al regreso triunfante de las fuerzas de la reacción. Vuelve a La Habana y corresponderá entonces a Sofía contemplar la decadencia del francés y la imagen grotesca de su última máscara.

Con la nueva novela histórica, Carpentier elabora un discurso subversivo y descolonizador. Lo hace mediante la superposición de múltiples cambios de perspectivas que dinamita los cimientos de la narrativa oficial elaborada desde el poder metropolitano dominante, de la historiografía de la modernidad y legitimado por talentosos autores de alto rango académico. El punto de vista que conduce el relato se sitúa en el espacio geográfico de nuestra América, incluido el plurilingüe arco antillano, y convierte al Caribe en verdadero mare nostrum, contraparte del Mediterráneo, ámbito originario de la cultura occidental, portadora de un modelo civilizatorio.

Aunque el planeta había comenzado a achicarse desde los viajes de Colón, la idiosincrasia todavía prevaleciente caracteriza la época a partir de una cronología centrada en la secuencia de acontecimientos que incluyen el alza y caída de los jacobinos, los hechos que concurren al ascenso de Napoleón Bonaparte y la instauración del imperio. Doblemente transformador, el Siglo de las Luces recorre esos años tumultuosos a través de las vivencias de Esteban y Sofía, ciudadanos comunes, testigos y partícipes secundarios de los hechos. De esa manera, además de situar las miradas desde la perspectiva de las tierras de América y el Caribe, construye una visión forjada por los de abajo y apunta con ello hacia un vuelco radical en las relaciones de poder.

Del mundo de allá han llegado simultáneamente el decreto que suprime la esclavitud y la guillotina, el impulso hacia la emancipación de los oprimidos, de los “condenados de la tierra”, según Fanon, y el instrumento racional de la muerte, mencionado siempre en el texto como “la máquina”, eficaz en el cumplimiento de su propósito, diseñada por mano ingeniera con la aplicación de una línea geométrica impecable, verdadero triunfo de la técnica. El ciclo histórico concluye con la reinstauración de la esclavitud y de la infame trata de africanos. Sin embargo, tal y como lo refiere en Cayena un observador radicado en esa colonia, el “gran cimarronaje no ha terminado”. Cuando Esteban y Sofía desaparecen en medio de la insurrección popular madrileña frente a la invasión napoleónica, estamos en vísperas del inicio de la lucha por la independencia de América Latina.

La aparición recurrente de “la máquina”, modelo de progreso técnico destinado a ejecutar a los condenados, instrumento de la muerte, revela la ironía subyacente en el título de El siglo de las luces. En diálogo explícito con el pintor Goya, Carpentier recuerda que “la razón engendra monstruos”. Para construir el conocimiento verdadero de la realidad y el empeño irrenunciable por transformarla, la razón habrá de complementarse con la pasión. Es el camino de la sabiduría. Por eso en la novela, teniendo en cuenta su raíz etimológica, el nombre de Sofía no fue escogido al azar.

Para conmemorar el aniversario 60 de El siglo de las luces, el próximo 17 de septiembre, en el habitual espacio del Sábado del Libro se presentará la última edición cubana de esa obra, fundacional por múltiples motivos. Ha sido cuidadosamente preparada por investigadores que eliminaron erratas de distinta magnitud acumuladas en sucesivas reimpresiones e incorporaron un cuerpo de notas de suma utilidad para los lectores.

Es una invitación a acercarnos todos, tanto los expertos como los novicios, a un texto clásico, desde la perspectiva de nuestra convulsa contemporaneidad.

Tomado de Juventud Rebelde

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